Inmigración Trentina al Chaco Argentino. Historia de Carlotta y Giusseppe
Lévico, 1924, lugar y año en el que comienza esta historia como tantas otras de inmigrantes que debieron partir desde su lugar de origen a otras tierras. Pero esta no es una historia cualquiera, es mi historia, la de mis antepasados, por lo tanto es también mi propia historia´.
Lévico era una pequeña aldea trentina, enclavada en medio de azules montañas y preciosos lagos, en el norte de Italia, escoltada por los Alpes, de clima agradable en los veranos pero muy frío en los inviernos.
Hermosos viñedos, se cultivan en sus montañas, arroyos de agua cristalina bajan hasta la pequeña hoy ciudad, donde florecen las más variadas flores, de colores brillantes que alegran la vista de los pobladores y turistas que llegan al lugar.
Pero corre el año 1924 y Lévico ahora es un lugar muy difícil para vivir, es necesario marchar cuanto antes posible; el hambre y las secuelas de la guerra así lo ameritan para esta joven familia compuesta por Carlotta Giordano Gabrielli y Giusseppe Paoli Vinciguerra, que junto a sus dos pequeños hijos deciden embarcarse a América en busca de paz y bienestar para sus hijos Victorio y Marco. Además llegan buenas noticias de Argentina, tierra fértil, comida, y sobre todo Paz.
Así es que se dirigen a Génova, del puerto se embarcan a bordo del Barco Duca d’Aosta rumbo a Buenos Aires ,junto a otro grupo de trentinos conocidos, amigos, con las mismas ilusiones, rumbo a la tierra prometida.
Detrás quedaban los afectos, los sueños, la familia, la casa, las azules montañas, el majestuoso lago de terme, las pequeñas calles empedradas, los abetos y araucarias. Con el corazón sangrando y las lágrimas corriendo por sus mejillas el barco los iba alejando cada vez más de los lugares amados, la nostalgia iba calando hondo en los sentimientos de Carlotta y Guisseppe.
Imagínense, hoy lo puedo sentir yo, su nieta, mientras escribo este relato, su dolor, el de los desterrados de su terruño. Seguramente este sentimiento era compartido por el grupo de amigos que con ellos viajaban. A medida que el barco navegaba, comenzaron a tejer una nueva historia para sus vidas, lejos, muy lejos de su amada Lévico.
Alguien puede imaginar que aquellos navegantes sabían a donde se dirigían, qué les esperaba, cómo sería el lugar donde levantarían su nuevo hogar?
Desconozco las razones por las cuales fueron traídos a mi Chaco, pero lo cierto es que cuando la travesía terminó en el puerto de Buenos Aires, los condujeron en tren a estas lejanas tierras. El Chaco dista 1000 km del puerto de Buenos Aires, los inmigrantes fueron llevados a distintos países y a diferentes provincias. Mis abuelos trentinos llegaron a esta tierra bravía e indomable en el mes de marzo de 1924. Qué casualidad en este mes estoy relatando su historia 95 años después.
El Chaco los recibía con los brazos abiertos para estrecharlos junto a sus montes, a su calor agobiante, a su viento norte y a su tierra fértil y generosa, para sanar las heridas producidas por el destierro a aquellas familias de trentinos que todavía de pie enarbolaban como una desgarrada bandera su esperanza. Allí a diez kilómetros de la localidad de Corzuela, en la colonia rural conocida como Oro Blanco, fundarían su nueva patria a la que cariñosamente llamarían Pampa Itálica, en honor a su tierra natal. Qué paradoja, aquella tierra que en nada se parecía a su terruño los cobijaría para siempre. Y así se establecieron, unos seguidos de los otros, en los campos que les otorgaron, así no sentirían tanto la tristeza y podrían compartir la vida, leyendo las noticias de su tierra, compartiendo cartas, fotografías, comiendo las comidas típicas y cantando las canciones de su tierra… para no olvidar….
Giusseppe y Carlotta, desmontaron la tierra a golpe de hacha, machete y coraje. Mi abuelo sacó los sarmientos (esquejes) que guardaba en el baúl, ya que de oficio era viñatero en su tierra natal y el monte se fue convirtiendo en un fantástico viñedo que el mismo cultivaba. A éste se fueron agregando las manzanas, las peras y los membrillos, los higos y las granadas, los pomelos, naranjas y mandarinas. Aquello que para nosotros, niños en esa época, era algo habitual, significaba realmente una hazaña para la época. Los viñedos de Giusseppe Vinciguerra eran famosos por sus uvas en toda la colonia.
Qué curioso, en la tierra del algodón éste trentino italiano cultivaba sus famosos viñedos cómo desafiando a la naturaleza de esa tierra seca y polvorienta.
Por supuesto, nosotros sus nietos, desconocíamos su historia, tal vez porque éramos muy niños. Delante de nosotros nunca se hablaba de dónde habían venido. Mi padre era uno de sus hijos varones, el más pequeño, tal vez por eso o simplemente porque dolía tanto recordar el pasado que era mejor olvidar.
Mi nona, doña Carlotta como la llamaban en la zona, era muy pequeña de estatura pero tan grande de espíritu, tan solidaria, era la comadrona del lugar. Se imaginan, médicos no había, así que ella, madre coraje, trajo al mundo a los hijos de los trentinos, a sus nietos , incluyéndome a mí. Hasta el día de su muerte vivió solidarizándose con todos los que la necesitaban, murió el día de la virgen, lo recuerdo, una incesante caravana la acompañó a pesar de la copiosa lluvia que caía sobre el embarrado terraplén.
Mi padre siempre recordaba a mi abuela como una mujer incansable que viajaba en sulki o volanta para correr presurosa a ayudar a sus vecinos sin importar si llovía o hacía frío .Vivió para servir a su familia, tuvo otros hijos además de los dos italianos que viajaron con ellos, mi padre Giorgo, tío Mario y una sola mujer, Antonieta. Todos les dieron hijos y nietos sanos y fuertes, construyeron una gran familia, muy unida en aquella chacra de la Colonia Oro Blanco, por el algodón que era el cultivo más sembrado en aquellos tiempos.
El recuerdo de aquellos días felices todavía permanecen en mi mente, las siestas bajo los viñedos saboreando las ricas uvas hasta quedarnos dormidos, mis primos y los paseos por el campo. Te recuerdo colonia en el alba, en el arado, en la lluvia que pinta de verde los campos, en el olor a tierra mojada ,en las manos de los nonos que preparan la comida que todos disfrutábamos.
Ya lo dijo el poeta: Cuando muera a la sed de cada día, al sol, a la raíz, al pájaro, busca la huella antigua de mi paso y la hallarás caída en las picadas abiertas en el monte a machetazos.
Busca mi voz y la hallarás quebrándose en el viento y el grillo queja y canto,
en la cigarra azul, en el crespín distante….
en la sangre que duerme en el quebracho
en ese unánime rumor del monte
por misteriosos duendes habitado.
Don Aledo Luis Meloni, eximio poeta chaqueño, supo en sus versos definir lo que yo siento ahora mientras realizo este relato de una historia como tantas que poblaron este país, ésta región que hicieron grande ésta nuestra patria. Mis abuelos, como tantos inmigrantes, nunca volvieron a su tierra , por eso éste relato es un sincero homenaje a tantas vidas no sólo de trentinos, sino de habitantes de Europa que debieron emigrar a otras latitudes. Gracias por esta oportunidad de rendirles un homenaje al contar su historia, vaya también mi recuerdo afectuoso para familias que hoy apenas recuerdo sus apellidos pero que viajaron en aquel barco :Pallaoro, Uez, Libardi, Moser, Vettorazzi, Davobe, Andreatta, Pasquini y tantas otras .El Chaco les agradece tanto amor y sacrificio. ¡Gracias nonos queridos, por honrar la tierra, hoy estoy orgullosa de llevar su apellido y su historia.
Noemí Esther Vinciguerra
Resistencia, Chaco, Argentina, 2019.